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Rubén Blades – Maestra Vida (1980)

Era un día sábado, Papá y yo entrábamos a una discotienda del centro de Valencia, eso fue por allá por 1980. Como ya era habitual y es algo que ya lo he dicho en textos anteriores, lo primero que hacía era irme directamente a la sección de salsa a ver qué conseguía. Me puse a revisar y habían discos de Ray Barretto, Johnny Pacheco, Dimensión Latina y un par de discos de Rubén Blades que se llamaban Maestra Vida (Primera y segunda parte). Inmediatamente los tomé y pensé que si Metiendo mano y Siembra me habían gustado mucho, estos dos discos titulados Maestra Vida no serían la excepción. Mostré los discos a Papá y me dijo «Llévalos, te los regalo«, luego de meditarlo unos cuantos segundos. Total, entre Papá y yo siempre existió eso de regalarnos discos.

Al llegar a casa me fui corriendo al viejo equipo de sonido «3 en 1» a disfrutar de mis discos nuevos. Nada como quitarle el celofán al disco y disfrutar del olor a nuevo y descubrir si el disco traía un folleto adicional con las letras. Al abrir los discos, la caratula tipo álbum se desplegaba y tenía en su parte interior las letras, los protagonistas y los créditos de todos los que participaron en el disco, eso ya lo hacía diferente. Y, bueno, eran discos de Blades, y como lo dije anteriormente, teniendo como referencia sus trabajos anteriores, estos deberían ser «un palo«, como decimos nosotros. La música se encargaría de decir el resto.

Apenas empezaba a sonar el disco la experiencia comenzaba a diferenciarse con respecto a los discos anteriores de Blades. Orquesta completa, cuerdas, momentos sonoros, un narrador y los personajes de Quique Quiñones, Rafael Da Silva y Carlitos «Lito» Quiñones. Luego, una historia que se me asemejaba a muchas que pueden suceder en cualquier población de nuestra latinoamérica. De entrada el ambiente era el barrio, un barrio latino, con todo lo que ello implica, sus alegrías y dolores, sus penas y amores, con todas las historias que la cotidianidad escribe a su paso. Y estos discos eran una suerte de película donde el sonido y la música se encargaban de formar las imágenes en mi cerebro, como si nuestra mente fuese una gran pantalla de cine donde Blades escribía una crónica sobre algunas situaciones de la vida y la inevitable llegada de la muerte. Sí, eran discos muy diferentes a lo que ya el panameño nos tenía acostumbrados, pero siempre dentro de los niveles de calidad musical, conceptual y de contenido que han caracterizado sus producciones. Así me aprendí cada una de las canciones y la historia de Manuela y Carmelo, de su juventud, de la llegada del amor y su soledad en la vejez, todo lo que nos enseña esta gran maestra como lo es la vida.

Muchas veces soñé con ver a Rubén Blades junto a una gran orquesta sinfónica haciendo la obra completa, en el mismo espíritu del disco. Fueron 32 años de esperar un encuentro entre Blades y una orquesta capaz de asumir el reto. Y sucedió en Venezuela, un 22 de julio de 2012 en la Base Aérea La Carlota en Caracas, siendo un lujo que la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar y la Orquesta Latinocaribeña Simón Bolívar hayan sido las encargadas de la música de Blades, y todos bajo la dirección del maestro Gustavo Dudamel. Increíble, ¿verdad? Recuerdo que apenas supe del evento llamé a mi amigo Rafael “Papino” Rivero – melómano salsero y uno de los hermanos que he encontrado a través de la radio – y le comenté, inmediatamente nos anotamos en el combo que íbamos desde Valencia a presenciar el concierto.

Sí, el concierto fue fabuloso, grande, poderoso, muy emotivo, con una gran demostración del gran nivel y profesionalismo de los músicos venezolanos pertenecientes a la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar y a la Orquesta Latinocaribeña Simón Bolívar. Luego de 32 años regresé al momento en que abrí los discos en 1980, cuando me enfrenté por vez primera a una obra que considero fundamental para cualquiera que ostente la ciudadanía del Caribe. No hay dudas, Maestra Vida sigue siendo un vehículo para reflexionar ante la vida y sus vaivenes, un vivo retrato de las cosas que pueden suceder en nuestro vecindario, en nuestra casa, en este gran barrio que llamamos El Caribe, en cualquier casa o esquina de latinoamérica.

Valió la pena esperar 32 años para disfrutar del arte hecho letra, música y contenidos, con la magnitud que requiere una obra fundamental y que aun sigue vigente. Ha sido uno de los conciertos más emotivos que he tenido la oportunidad de presenciar, más cuando se trataba de una obra creada por uno de los artistas que más admiro.

Gracias, Rubén. Gracias a la música que me sigue alimentando. Y gracias infinitas a Papá por haberme regalado esos discos.

Mientras tanto sigo aquí, sentado sobre una corchea.

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Beethoven’s V – Markolino Dimond with Frankie Dante. Guest Star – Chivirico ‎

Decir que me gusta la salsa es quedarme corto, en mi caso la salsa va más allá de un gusto personal. Es una música que siento como propia y que vivo día a día, es una parte importante de mi historia. Llegué a la salsa cuando apenas era un niño y desde esa época se ha alojado de manera permanente en mi gusto personal, aunque siempre entra en eterna disputa con el Jazz por la supremacía en mi gusto personal. Sí, la salsa buena siempre ha estado presente en los momentos buenos y en lo que no han sido tan buenos como quisiera. Aunque, más allá de las etiquetas que existen, lo que siempre persigo y valoro es la buena música, y eso es un punto de honor.

La buena música no cree en cuentos, mucho menos en modas, la buena música permanece, trasciende al tiempo, y Beethoven’s V (Cotique, 1975) es una prueba de ello. Aquí se conjugan sabor, elegancia, calle y un gran caudal de sabor. Y más allá de todo eso, es un disco al que siempre acudía cada vez que se presentaba una rumba en tiempos pasados, y hoy se ha vuelto imprescindible entre mis títulos de la salsa, es uno de esos discos que siempre está en mis alforjas. Las razones son muchas. Empecemos por el piano de Markolino Dimond, el cual siempre sonó diferente, poderoso, elegante, derrochando clase en los solos y con una dosis alta de sabor, sin nada que envidiar a otros pianistas del genero. Era un músico autodidacta y poseía un sonido y un sentido del montuno muy particular, bajo la influencia de Eddie Palmieri, Pedro Justiz “Peruchin” o McCoy Tyner. Sí, Markolino corría en otro lote, estaba en ora dimensión como pianista, mezclaba barrio y academia, calle y salón, un pianista realmente único, diferente. Frankie Dante era el otro elemento fundamental en este disco. Un cantante cargado de las mañas y características que provenían de la calle, el cual incorporaba fuertes rasgos de excentricidad y el correspondiente sabor de la esquina y el callejón. Aun con las limitaciones que algunos le atribuyen, era el cantante adecuado para ese disco, un cantante fuera de lo común que combinaba muy bien con las ideas de Markolino Dimond. Sin embargo, la voz de este disco no fue solo de Lenin Francisco Domingo Cerda, nombre de pila de Dante, sino que este disco contó con la participación especial de Chivirico Dávila. Oriundo de Villa Palmeras, Santurce, Puerto Rico, Rafael «Chivirico» Dávila Rosario fue el tercer elemento clave de esta producción. Dávila siempre se movió con soltura como sonero, aunque destacó con clase en la interpretación del bolero y también haciendo coros para diversas producciones de la salsa. La llave vocal estuvo hecha a la medida para desarrollar los temas que conformaron esta producción como Maraquero, ¿Por qué adoré?, Los Rumberos y Sabrosón, enre otros. Y si revisan los créditos, encontrarán nombres muy importantes , no solo dentro del mundo de la salsa.como Nicky Marrero , Pablito Rosario, Frank Malabe, Mike Colazzo, Eddie “Guagua” Rivera, Louis Kahn, Renaldo Jorge, Barry Rogers, Randy Brecker, Lou Soloff, Junior Vazquez, Yayo el Indio, Ismael Quintana y Pete «Conde» Rodríguez.

Beethoven’s V es un disco e culto, imprescindible, fundamental para comprender el fenómeno de la salsa, y sigue siendo uno de mis favoritos por muchas mas razones que las que he expuesto en estas líneas. Así que no crea en cuentos y regálese una buena ración de buena salsa brava para aderezar los latidos de la vida. Este disco es una de las razones de peso para afirmar que por mis venas lo que corre es salsa.

Mientras tanto sigo aquí, sentado sobre una corchea.

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Noite de Morabeza – Boy Gé Mendes (1999 – Lusafrica)

Hace algunos años, tal vez entre 1999-2000, me encontraba hablando con algunos colegas de la radio y uno de los temas de conversación era la música de Cabo Verde y sus géneros como el batuque, el kolá y pilón, el funaná, la morna y la coladeira, entre otros. Así fuimos descubriendo a exponentes como Cesária Evora (para quien debo unas líneas aparte en posteriores entregas), Tito París, Ildo Lobo, Luis Morais, Mario Lucio y Jorge Humberto, entre otros. Sin embargo, entre todos los artistas que íbamos descubriendo surgió un nombre cuya música destacaba por encima del resto, se trataba de Boy Gé Mendes , específicamente con su producción Noite de Morabeza, una producción del año 1999 hecha para el sello Lusafrica.

Nacido en Dakar, Senegal en 1952, Gérard Mendes trasladó su trabajo musical hacia Cabo Verde, siendo conocido como Boy Gé Mendes, quien ha sido una de las figuras más prominentes que han emergido de ese rincón del planeta. Sin embargo, fue a partir de 1977 cuando se trasladó a París y se dió a conocer en la capital francesa junto a su hermano Jean-Claude, y los músicos Luis Silva y Emmanuel «Manu» Lima, formaron un grupo totalmente caboverdiano, el cual llamaron The Cabo Verde Show, que se convirtió en el grupo más representativo de la comunidad exiliada en Francia y Holanda. Con los años, Mendes se lanzaría como solista con producciones como Grito De Bo Fidje (1989) Sururu (1995), Di oro (1996), Lagoa (1997) y Noite de Morabeza (1999).

En mi opinión, Noite de morabeza es uno de sus trabajos más sólidos y que muestra con amplitud la versatilidad de Mendes. A partir de los primeros compases comienza el viaje nostálgico, delicado y sentimental por el alma y el sentimiento caboverdiano. En este disco conviven las mornas naturales de Cabo Verde, el fado portugués, la influencia notoria de la música de Brasil, las raíces senegalesas expresadas en el tambor y la cadencia rítmica así como aromas provenientes de otros lugares del planeta. Nada sobra y nada falta en esta producción hecha para mostrarnos la profundidad, seriedad y la delicadeza con que Boy Gé Mendes ha encarado este disco. Aparte mención merece su voz cálida, dulce y melancólica, la cual nos transmite toda la “sodade” y el sentimiento y el alma del pequeño archipiélago. El espíritu caboverdiano (valga el término) llegaba para hacerse presente, para demostrar que las islas no solo sirvieron, en tiempos ancestrales, para refugio de piratas, mercaderes o navíos que surcaban el océano. Esta producción nos crea un ambiente lleno de diversos matices que nos invitan a pasearnos por algunos de sus paisajes, por su cultura y por esos sonidos que durante tantos años han hecho morada en ese lugar. Allí está una música, un sentimiento, un trabajo creador hecho para mostrar parte de la riqueza musical de un archipiélago de origen volcánico ubicado en aguas del atlántico en la costa noroeste de África.

Diversas culturas hacen vida en esta música, es por ello que se aprecian influencias portuguesas, africanas, brasileñas y antillanas, lo cual nos da a entender la amplitud de un creador que apuesta por tender puentes y borrar fronteras. De igual manera la participación de músicos provenientes de diversas latitudes como Mario Canonge, Thierry y Jean-Philippe Fanfant, Xavier Dessandre, Alan Hoist, Bago y Ravi Magnifique, entre otros.

Es uno de mis discos favoritos, siempre me acompaña.

Mientras tanto sigo aquí, sentado sobre una corchea.

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Barretto (1975)

La vieja casona de mis tías en el centro de Valencia era una especie de Palladium Ballroom en mi imaginación. En el patio de la casa estaba un cajón de madera para poner la ropa sucia, al lado una lavadora y, un poco más allá, una vieja mesa de madera, un tanto destartalada y deteriorada por el tic tac irreversible, la cual servía para ocupar espacio y para colocar mi pequeño y funcional tocadiscos y unos cuantos discos de acetato. Era la época dorada de la Salsa y mucha gente se contagiaba con el ritmo y tantas grabaciones que surgían, y yo no era la excepción. Jugaba a ser el gran cantante del momento o el músico capaz de levantar de sus asientos al público cuando la descarga estaba en el climax, rugiendo como los trombones de La Perfecta de Eddie Palmieri, o repartiendo golpes sobre el cajón de la ropa, imitando a aquel hombre de altura y corpulencia considerable, de gruesos lentes correctivos, de cálida sonrisa y personalidad que se sentaba con sus tumbadoras al frente de la orquesta, indestructible. Allí, presente en el escenario de mi imaginación estaba Ray Barretto descargando e invitándome a participar en la descarga, golpeando el tambor con sus manos duras, mostrándome la solidez y la fuerza de su orquesta, pero permitiéndome ser parte del show que solo yo podía presenciar. Desde la cocina era observado por mi Mamá y mis tías quienes exclamaban «¡Te vas a volver loco, muchacho, de tanto golpear ese cajón de la ropa sucia!», lo cual me importaba poco, más bien nada, ya que dentro de ese mundo de fantasía estaba viviendo la cara más interna y sensible de la música.

En una de esas tardes, quizá a principios de mes, ya había reunido algo de dinero gracias a la mesada que mi Abuelo gentilmente me obsequiaba y a lo que guardaba de la merienda del colegio, de manera que era el momento de ir a comprar ún disco de Salsa. Y así fue, caminé unas cuatro cuadras hasta Foto Estudio Lux, un local en el centro de Valencia que era un estudio fotográfico y vendían discos. Sí, y siempre tenían buenos discos de Salsa. Bien, al llegar a la tienda revisé de cada una de las secciones musicales (cosa que siempre hago cada vez que compro un disco). Y allí ante mis ojos apareció el disco que estaba buscando, el famoso disco de Barretto y las tumbadoras rojas, donde el Manos Duras nos mostraba su propuesta cargada de fuerza y poder, aderezada con todo el sabor necesario para que el bailador también pueda mostrar lo que disfruta hacer. Pagué y me regresé a casa a seguir vacilando en el viejo tocadiscos, disfrutando temas como Guararé, Vale más un guaguancó, Ban Ban Quere o El Presupuesto, entre otros. Desde ese entonces esa música me acompaña y acudo a ella cada vez que sea necesario, ya que la rumba sigue viviendo en cada paso que doy. Este es un disco para tenerlo a la mano siempre, para gozar con la vocalización de Tito Gómez y Rubén Blades en los temas escogidos, para sudar bailando sin parar, con un sonido distintivo y efectivo, cargado de buenos arreglos y de inconfundible ritmo del maestro Ray Barretto. De los mejores discos producidos en pleno «boom» de la salsa brava. Imprescindible.

Aun siguen vivas esas descargas en mi memoria. Y aunque han pasado tantos años y el viejo tocadiscos ya no está, no he olvidado de donde vengo, lo cual me ha ayudado a saber hacia donde iré.

Mientras tanto sigo aquí, sentado sobre una corchea.

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Asia (1982)

Papá nunca se imaginó lo que vendría luego de regalarme aquel LP en la desaparecida tienda por departamentos Sears de Valencia. Recuerdo perfectamente que, mientras Papá se dirigía hacia el departamento de ferretería de la tienda, yo me iba directo hacia la sección de sonido y discos. Ese día andábamos en planes de compra de un regalo para Mamá, así que, luego de buscar el obsequio, aproveché la ocasión para revisar los discos y ver qué cosas habían allí, de manera de conseguir que Papá me regalase un disco. Siempre me ha gustado revisar todas las secciones de las discotiendas, eso ha sido un ritual que cumplo cada vez que voy en búsqueda de un disco. Total, Papá tampoco duraba mucho tiempo en el departamento de Ferretería ya que los discos siempre han sido su afición, aunque él nunca lo haya confesado abiertamente. 

Bien, luego de revisar los discos de salsa y los de jazz,  en  la sección de rock estaba un disco titulado Asia, donde una serpiente marina emergía de las aguas como jugando o luchando con una esfera. De un primer momento, la carátula cumplía su cometido, aunque el contenido del disco me atraparía mucho más de lo esperado una vez que la señora que atendía el departamento de música tuvo la gentileza de poner el LP. Al escuchar las primeras notas, el disco se convirtió rápidamente en un objeto de culto por aquel sonido cautivante, muy inteligente y finamente elaborado, a pesar que fue un disco que generó controversia: Unos lo tildaban de comercial, catalogándolo incluso dentro de un odioso género denominado AOR (Adult Oriented Rock o Rock Orientado a Adultos), mientras que otros, menos preocupados por etiquetar, nos dedicábamos a disfrutar de la maestría de Carl Palmer y sus constantes innovaciones en la batería, del brillo de Steve Howe y su sonido drámatico y sensible, de Geoff Downes danzando sus dedos con finura sobre las teclas, y de John Wetton en un momento inmejorable para vocalizar y aportar el calor necesario en las oscuras cuerdas bajas. Un disco influenciado por diversidad de géneros que van desde el período impresionista hasta el período barroco, donde Viila-Lobos y Debussy se asomaban discretamente en un retrato sonoro de cuatro virtuosos provenientes de bandas fundamentales como Yes, King Crimson, UK y Emerson Lake & Palmer. Una banda donde prevalecía el concepto grupal por encima del individual, con un sonido sólido, bien definido, inteligente, con fuerza y mucho swing. Uno de los discos que componen la banda sonora de mis pasos. 

Hoy le agradezco a Papá el haberme regalado el LP ese día, ya que ha sido unos de tantos tesoros que me ha legado en vida, aparte de fomentar mi interés por la buena música, lo cual va más allá de la salsa brava y el jazz.  Aún sigo revisando cada anaquel de una discotienda y la música sigue siendo el elemento vital donde hago vida. ¡Gracias, Papá!

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Mambo Diablo – Tito Puente and his Latin Ensemble (1985)

Corría la década del 70. En aquella época en que recibía la Educación Primaria, solía tomar los lápices y golpear el pupitre como si se tratase de un timbal. Lo malo de esto era que lo hacía en plena clase con nuestra Seño Giselita, lo cual siempre traía como consecuencia un regaño de la maestra o un manotazo de alguno de mis compañeros del salón para que dejase el ruido y la clase pudiese continuar. Obviamente, ni el regaño ni el golpe estaban entre mis opciones favoritas. Sin embargo, dentro de los vericuetos de esa masa llamada cerebro el sonido era diferente al emanado por los golpes de los lápices en el pupitre. En mi mente, me veía en medio de un escenario, enfrentado al timbal, en plena descarga, tal y como lo hacía Tito Puente en la televisión y en los discos que, hasta ese entonces, había podido escuchar. Y desde esa época viene mi admiración por el maestro Tito Puente.

Con los años fui descubriendo que su título de Rey del Timbal o Rey de la Música Latina fue forjado por su aporte como timbalero, vibrafonista, director, arreglista, compositor, entre otras facetas y aportes musicales, hicieron que Tito Puente ocupase un trono perpetuo por derecho y mérito propio: Su inconfundible sonido curtido durante tantos años, el traslado del timbal desde el fondo hacia el frente del escenario para hacerlo protagonista, su visión de la música latina y la frescura de sus ejecuciones, arreglos y composiciones durante más de 100 grabaciones le hicieron merecedor de ese trono. Obviamente, existen muchas más virtudes, pero enumerarlas todas harían interminable esta nota.

Con el paso del tiempo, han sido muchos los discos del maestro Puente que siempre están rondando mi memora, y “Mambo Diablo” (1985) es uno de mis favoritos. Es uno de esos discos que se quedan con uno, que cada vez ofrecen mayores razones para seguir estando en un lugar de privilegio, a pesar de todo el tiempo transcurrido. Aquí se mostraba a un Puente con mucha frescura, dinámico en sus intervenciones tanto en el timbal como en el vibráfono y la marímba, siempre flamboyante, con todo el brillo necesario desde la altura de un trono que forjó sus bases en la calidad y en su particular y perdurable sonido, virtudes, entre otras, que siempre colocaron a Puente en otra dimensión. Clásicos como el inmortal Take Five de Paul Desmond o Lulaby of Birdland de George Shearing – interpretado al piano por su propio compositor – se muestran con un rostro más cercano al caribe, demostrando como el jazz puede acercarse a otros territorios, o lo que es casi lo mismo, la permeabilidad que el jazz ofrece al que quiera acercarse a sus predios. Es un disco imprescindible, determinante y una de las joyas del Latin Jazz. Y si le dan una lectura a los créditos del disco encontrarán nombres importantes como Sonny Bravo, Johnny «Dandy» Rodríguez, Jimmy Frisaura, Bobby Rodríguez, José Madera, Mario Rivera y Ray González. Un lujo de banda, sin dudas.

Siempre que me enfrento a un timbal o cada vez que escucho este disco, recuerdo aquella época de mi niñez golpeando los lápices sobre la tabla de algún pupitre, hecho que he venido haciendo continuamente desde la Primaria, pasando por mi época de estudiante universitario hasta el día de hoy en mi escritorio. Creo que ese grado de inquietud vino inscrito en mi código genético, y todos sabemos que esas cosas no cambian. Sin embargo, al tomar las baquetas y poner a sonar la pailas, siempre me viene a la memoria el recuerdo de grandes timbaleros, y el maestro Puente es uno de ellos.

Nos vemos pronto, mientras tanto sigo aquí, sentado sobre una corchea.

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Tras el sonido de Animal

Desde su aparición en la TV venezolana en 1983 (claro, en aquel momento ni soñar con tener televisión por cable) me convertí en un adicto a The Muppets Show. Aquel fino programa humorístico basado en los personajes ideados por Jim Henson logró hacerse de un espacio entre mis gustos, donde los muñecos parecían tener vida y personalidad propia. Disfrutaba mucho cada episodio y me reía a más no poder con las ocurrencias de sus personajes, y sobre todo cuando aparecían invitados de la talla de Rita Moreno, Vincent Pice, Elton John, Charles Aznavour, Lou Rawls, Dizzy Gillespie, John Denver y Paul Simon, entre otros. En lo musical, Dr. Teeth & The Electric Mayhem era la banda de planta del referido show, donde destacaba Animal, un inquieto, colorido y singular baterista con una personalidad fuerte y excéntrica, así como una inagotable carga de energía, ideal para una banda de rock.

Algunos sostienen que Animal tiene mucho de Keith Moon, John Bonham o Ginger Baker, aunque los productores de la serie nunca manifestaron abiertamente que el personaje haya tenido algún parecido con un músico en particular. Tal fue el suceso de Animal en The Muppets Show que llegó a realizar un duelo de bateristas con el gran Buddy Rich, en ocasión del aniversario del famoso duelo entre Gene Krupa y Buddy Rich, aparte de haber hecho escenas con personalidades como Rita Moreno, Lou Rawls y Harry Belafonte, entre otros. Sin embargo, una de las preguntas que llegué a hacerme era saber quién estaba tras el sonido de Animal.

En la vida real, Animal fue caracterizado por Frank Oz (entre 1977 y 1999) y por Eric Jacobson (desde el 2002), mientras que su sonido tras los tambores y platillos fue interpretado por Ronnie Verrell, un baterista británico nacido en Rochester, Kent, Inglaterra el 21 de Febrero de 1926 y que tuvo un paso por importantes big bands británicas como la Ted Heath Orchestra y Syd Lawrence Orchestra. Tras los tambores, Verrell destacó por ser un baterista muy solvente con el ritmo, por coloridos y poderosos solos y por ser un extraordinario lector musical, lo cual le permitió participar en diversas bandas sonoras de cine y televisión, gracias a su habilidad para leer y tocar partituras. Sin embargo, debido a la caracterización de Animal, Ronnie Verrell tuvo la oportunidad de conocer a Buddy Rich, uno de los bateristas más grandes de la historia y su gran ídolo detrás de los tambores y platillos. De esa forma pudo cumplir el mismo sueño de Animal: tener un duelo de bateristas con Buddy Rich que quedó reflejado en el episodio número 119 (Episodio 5.22 según las listas oficiales). Como músico de sesión, Verrell llegó a grabar con artistas de la talla de Winifred Atwell, Jack Jones, Tony Bennett, Tom Jones y Shirley Bassey, entre otros. Ronald Thomas Verrell falleció en Kingston, Inglaterra un 22 de febrero de 2002 a la edad de 76 años.

Inquieto, original y siempre buscando mostrar todo el poder que se puede tener frente a los tambores, detrás del personaje estaba la figura de un gran baterista. ¿Y qué banda no quisiera tener un Animal o un Verrel en sus filas? Suerte la de Henson y Los Muppets que pudieron lograrlo. Han pasado tantos años y aun me divierte ver esos episodios.

Nos vemos pronto, mientras tanto sigo aquí, sentado sobre una corchea.

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El Jazz y mis recuerdos

La mente vuela sin aviso previo y la música se hace cómplice de esas horas de vuelo. En mi computador sonaba Lady Bird, composición de Tadd Dameron el cual se ha vuelto uno de mis estándares favoritos, y disfruto mucho tocarlo desde la batería, es uno de los temas que me llevan hacia lugar seguro. Y cada vez que lo toco vienen a mi memoria aquellos colegas, los insignes maestros que me señalaron el camino a seguir.

Ellos se dedicaban a cultivar la tradición del Jazz en Valencia, capital del estado Carabobo y considerada la ciudad industrial de Venezuela. Cada presentación de ellos era un derroche de buen gusto y conocimiento. Verlos era un espectáculo. Y la forma de tocar del baterista era como ver al mago que hacia flotar las baquetas en el aire con mucho sabor y ritmo. No dejaba de asombrarme al ver en mi ciudad a unos músicos capaces de tocar aquellas composiciones que escuchaba en la radio en el programa «El sonido del Jazz» que magistralmente conducía la señora Haydée Cadet. Y ellos convertían cualquier lugar en una fiesta cuando tomaban sus instrumentos, y aquello se convertía en una suerte de Mardi Gras en aquel lugar del centro de Valencia donde los vi por vez primera. No podía creerlo, esa música que tanto llamaba mi atención estaba allí presente, ese Jazz que en aquel momento empezaba a tenerme como uno de sus adeptos.

El concierto iba en progreso, aquellos músicos derrochaban conocimiento y talento. Nada sobraba y tampoco faltaba algo más. El trompetista, vestido con un traje oscuro, camisa blanca y corbata oscura, luego de terminar esa pieza que tocaban, explicaba de que se trataba el tema que acababan de interpretar. Era una cátedra de Jazz y estaba ahí, frente a mis ojos, en aquel lugar del centro de la ciudad. Y durante la explicación dice que eran el Quinteto de Jazz de la Universidad de Carabobo y va presentado uno a uno a sus integrantes: Miguel Casas Augé en el piano y la dirección musical, Gino Drago en el bajo, Ernesto Benvenuto en el saxofón, Ramón Sandoval en la batería y Waldo Sanz en la trompeta y quien presentaba cada tema. Esta agrupación se convirtió en mi favorita, y cada vez que podía iba a verlos. Y desde ese entonces me decía a mi mismo que algún día estaría al frente de la batería de la agrupación, tocando esa música que se disputaba con la salsa brava la supremacía de mi gusto musical. Pero hay que tener cuidado con lo que se piensa y se desea.

Asi los años fueron pasando uno a uno, y así me iba encontrando con la batería y con el Jazz. Preguntaba mucho, aunque hoy en día lo sigo haciendo. Indagaba como el aprendiz que aún soy. Y siempre iba a verlos cada vez que podía. Una vez hablé con Ramon Sandoval y me decía que se iba a jubilar y que por que no audicionaba para integrar la agrupación. No pude hacerlo en ese momento, y tampoco me sentía preparado para asumir una responsabilidad de esa magnitud. Sin embargo, para hacer realidad un sueño debes trabajar mucho, prepararte y no dejar de creer en eso.

Así los años siguieron su curso. Y un buen día, sí, un buen día me vi ahí frente a los tambores y platillos, siendo uno de ellos, aunque con una generación de diferencia, intentando continuar el legado de aquellos maestros quienes nos precedieron. Y fueron tres anos donde aprendí mucho. Y allí estaba yo, a veces de traje oscuro, camisa blanca y corbata oscura; otras veces mas informal, pero siempre con la pasión y responsabilidad que caracterizan las cosas que hago. Y esta vez eran mis baquetas las que flotaban en el aire esperando que el Jazz se hiciese presente. Y el Profesor Camacho diciéndome: “Lady Bird, dos pa´cuatro” sin olvidar las indicaciones de Pancho, Willy, Maikelf, Orlando y Tony, procedí a marcar.

Y el Jazz se hizo presente asi como el recuerdo de aquellos músicos que me habían mostrado la puerta de entrada al mundo del Jazz, aquellos que encendieron una antorcha que me brindó las luces para tomar el camino de esa música que llamamos Jazz. Me faltará tiempo para agradecerles tanto. ¡Salud, Maestros!

Lady Bird sigue sonando, esta vez en mis latidos. Debo grabarla algún día.

Nos vemos pronto, mientras tanto sigo aqui, sentado sobre una corchea.

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Rumba para Monk – Jerry González (1989)

Thelonious Monk ha sido uno de los músicos más influyentes en la historia del Jazz, y quizás se haga cuesta arriba poder hacer un trabajo discográfico en su homenaje donde se pueda respetar el espíritu del insigne pianista, imprimiendo, además, el sello personal de quien desarrolla las ideas para realizar tal homenaje. Sin embargo, para Jerry González, esto fue más allá del hecho musical, fue una muestra de gratitud, respeto y admiración hacia uno de los talentos más importantes con los que ha contado la música, cuyo legado aun sigue dándonos mensajes cargados de sentimiento, ritmo y enigma.

Para muchos críticos, y para mi, que de crítico nada tengo, Rumba para Monk es uno de los trabajos imprescindibles dentro del catálogo jazzístico del orbe. Con un criterio donde el respeto por jazz y lo afrocaribeño prevalece, Jerry González nos muestra la forma en que diversos estilos pueden coexistir sin hacerse daño unos a otros, demostrando, una vez más, que el jazz y lo afrocaribeño tienen un ancestro común, una relación estrecha que marcaría nuevos e interesantes caminos en la música. Un disco con la profundidad requerida para este tipo de homenajes, pero con el cargamento de clave y sabor que nos hablan de mestizaje, de paisajes y momentos introspectivos, de yambú, columbia, guaguancó y bebop cocinados en la misma paila, a fuego lento. Jazz del bueno, visto desde la óptica de quien ha sido considerado el último pirata del caribe. Rumba para Monk es un hito determinante en la historia del Latin Jazz. Este disco supera con creces cualquier clasificación, es música vigente, contundente, hecha sin concesiones.

Es mi disco favorito al cual acudo siempre y, por supuesto, en mi morral siempre está presente formando parte importante de mi equipaje, cual brújula que el explorador necesita para no perder el rumbo.

¿Imprescindible? Totalmente.

Nos vemos pronto. Mientras tanto sigo aquí, sentado sobre una corchea.

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Collaboration – George Benson & Earl Klugh (1987)

La música y la amistad tienen el poder de tender puentes. Era uno de mis cumpleaños y, como era habitual en aquel tiempo, los viejos amigos nos reuníamos a escuchar música, disfrutar de la comida hecha por mi madre y los tragos de la ocasión. Una de nuestras costumbres era regalarnos discos, aunque siempre tuvimos claro que el mejor regalo que podíamos ofrecernos era honrar la amistad. Los años compartidos y confianza nos permitían los eternos préstamos y conocer que material discográfico poseíamos. Era divertido, realmente. Así las cosas, uno por uno los amigos iban llegando a la casa y nos sentábamos a escuchar lo que iba seleccionando, así que la cosa empezaba con The Beatles y pasaba por The Rolling Stones, Ismael Rivera, Journey, Serrat, Irakere o Don Pío Alvarado. Ese día, cuyo año escapa a mi memoria, mi hermano de la vida  José Manuel Nogueira llegaba a mi casa con una botella de ron y un LP dentro de una bolsa. Me decía que el creía que el disco sería de mi agrado y que le había sido difícil la escogencia, tomando en cuenta su abierta preferencia por el rock and roll. Al abrir la bolsa descubro que era el disco Collaboration grabado por George Benson y Earl Klugh. Inmediatamente fui al tocadiscos, había que ponerlo a sonar, ron mediante. Aquel disco se alojaba en mis sentidos con música grata al oído y con dos guitarristas de estilos distintos pero que unían esfuerzos en esta producción. Y, sí, esta producción me ha acompañado en muchas ocasiones, en diversos viajes y siempre me proporciona una cuota importante de relax y frescura, y desde aquel cumpleaños ha sido uno de mis discos favoritos, por lo cual a Manolo le debo un eterno agradecimiento, más allá de la amistad que hemos cultivado por más de 40 años. Con el pasar del tiempo, estando en una de esas tardes reunido escuchando música con Carlos Ramirez y Douglas Conde (mis socios de Trabala’o) les puse ese disco, conociendo que Carlos y Douglas son fanáticos de Benson. Obviamente, gozamos un mundo de la música de Benson y Klugh, acompañados por nombres como Harvey Mason, Marcus Miller, Paul Jackson, Jr. Y Greg Phillinganes , entre otros. La música sigue siendo un puente del mundo, un vaso comunicante, no en balde ha sido llamada el lenguaje universal.

Nos vemos pronto. Mientras tanto sigo aquí, sobre una corchea.